viernes, 29 de enero de 2010

Cipriano

Es, mediados de diciembre de 2006; probablemente sean las cuatro treinta o cinco. Tomás; Cipriano Tomás, está acostado boca arriba con los brazos cruzados sobre la cabeza.

La braza del cigarrillo oscila adelante y atrás, adelante y atrás, a pocos centímetros de la nariz. Inhala, y de la braza se desprenden pequeñas lucecitas anaranjadas y rojas. Se levanta y se acerca a la ventana abierta. La luna está sobre el sauce. Iluminada por esa luz irreal, la tierra reseca del patio, sin una brizna de pasto, no se parece a nada que él haya visto antes.

Corre la tela metálica que frena la entrada de los mosquitos; tira la colilla que al golpear sobre la tierra, rueda y va sembrando en el aire quieto lucecitas anaranjadas y rojas. Finalmente la colilla se detiene donde la luna no ilumina nada y arde un rato antes de extinguirse.

Cipriano vuelve ha vuelto a la cama. Las sábanas están arrugadas. Iluminados por la luna, los pliegues parecen dumas y cráteres de otro mundo, esponjoso y blanco.

Se acuesta con cuidado para no despertarla. Ella está de espaldas. La luz irreal le ilumina las piernas, los muslos blandos, el culo. Él está desnudo; mirándola. Siente una leve excitación. Su pene se tensa, se eleva un poco y repite un movimiento involuntario y rápido hacia arriba y hacia abajo dos o tres veces.

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